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lunes, 30 de julio de 2012

RUTA DE LOS DESCUBRIDORES

Distancia total ruta: 631 kms

Tiempo total: 7 horas 32 minutos

Ciudades visitadas: 3

Paradas: 4

Consumo medio: 7,21 litros/100 km

Gasto de combustible: 70,23 €

Peajes: 20 €

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Día 1   Palomares del Rio-Sagres                                                         301kms

Un sabio dijo una vez: “Antes de aprender a volar antes hay que aprender a andar”. Por lo tanto, si pretendía recorrer Europa en moto con mi novia, antes debía hacer con ella algún viaje a más pequeña escala. Un viaje que ambos disfrutáramos y que me serviría para descubrir y aprender sobre todas esas cosas imprevistas que pueden suceder en un viaje de tan larga duración. Ese tipo de cosas que es preferible que te ocurran en tu país o cerca de casa. Tengo que reconocer que, también,  escondía la secreta intención de hacer brotar en mi chica el gusto por la moto. Que mejor manera de hacerlo que en una escapada para descubrir la costa del Algarve Portugués, patria del insigne Infante Don Henrique, la más importante figura del inicio de la era de los Descubrimientos. El cual, estableció su hogar en Sagres en el extremo suroeste de la península Ibérica. Y allí es donde nos dirigíamos.

Iniciamos nuestra aventura en Sevilla, en concreto en la localidad de Palomares del Rio, bien temprano a las 08:00 del 28 Julio, ese día hacía fresco y eso que estábamos en Julio. La noche anterior no pude dormir por culpa de los nervios y creo que mi novia tampoco, ya que como es costumbre en mí, le di la “sorpresa” esa misma noche, pero que malo que soy. Y claro, para una persona que nunca ha montado en moto, más allá de un ligero paseo a la manzana de su calle, decirle que vas a dar un paseíto de 303 kms, asusta hasta al más valiente de los novatos. Después de un leve desayuno, nos disponemos a la ritualidad de colocar el equipaje de cada uno en las maletas, anclarlas, colocar la bolsa sobredepósito con lo más importante siempre a mano y el rulo, para las cosas más voluminosas. 





















Llegó la hora de repartirse la vestimenta, y mi novia, ávida me coge mi chaqueta, dejándome una que me había prestado mi cuñado 3 tallas más grandes. Vamos que parecía un astronauta negro, menos mal que con pantalones y botas no hubo discusión porque solo estaban las mías, y ya las tenía puestas, no era el momento para un striptease en mitad de Palomares. De todas formas, como hay gente que tiene percha y otra no, podéis comprobar como le quedaba a mi novia su particular uniformidad. Tras un receso nos ponemos en marcha de forma titubeante. Bien es cierto, que este era nuestro 4º viaje a Portugal, anteriormente habíamos estado en: Fátima; Lisboa y Sintra; y finalmente Oporto, pero esta aventura iba a ser especial. Era mi primer viaje fuera de España con la moto y el primero tan largo para ella, fuera como fuera, nos esperaba un trayecto desconocido lleno de emociones. Lo afrontábamos con la ilusión del que comienza a andar y con el respeto que supone llevar a la persona más importante de tu vida detrás de ti, sintiendo como respira. Sin embargo, una vez puestos en marcha, y en autovía, se disipan esos nervios iniciales y ante nosotros se despliega una carretera con kilómetros de sueños y experiencias por vivir. He de decir que era la primera vez que iba con la moto cargada y además con otra persona a bordo, va de estrenos la cosa, eso me producía cierta preocupación sobre la reacción de la moto en las aceleraciones y en las frenadas además de en el consumo de combustible.

Todas esas dudas se esfumaron al coger la A-49 dirección Huelva. Sevilla queda atrás en un suspiro y poco a poco nos vamos alejando con paso firme de otras poblaciones como Santiponce, Benacazón, Bollullos, Almonte, San Juan del Puerto, Huelva, Lepe… hasta llegar cerca de Ayamonte. Antes de entrar en Portugal, recordé que la gasolina allí esta más cara, así que decidí llenar el depósito por última vez con combustible patrio en una gasolinera que había creo que a 10 kms de la frontera. Allí, sin querer, ya que nuestra intención era repostar y reponer fuerzas, nos enteramos del nuevo sistema de pago para el uso de las carreteras portuguesas.
Resulta que en Portugal hay dos autopistas (de pago) una, la que va de Badajoz a Lisboa, y la otra, de Albufeira a Oporto, las famosas Vías Verdes.
Ahora bien, con la crisis incluso las autovías se han vuelto de pago, y con 23% de IVA no nos olvidemos, pero al no tener cabina para pagar, se exige poner una cantidad de dinero en una tarjeta en función de la distancia y de las salidas que se vayan a hacer de la vía principal. La verdad es que el sistema es un poco lioso, incluso para los locales, sin embargo en la misma frontera de Portugal hay personal que te asesora muy bien de la mejor manera de pagar por aquello que vayas a hacer en su país. 




Es importante, no escaquearse de esta parada pasado el Puente Internacional de Ayamonte, ya que después no hay más recordatorios y las autovías portuguesas están plagadas de cámaras y sistemas electrónicos para descontar el dinero de tu tarjeta o en caso contrario, registrar tu matricula y sancionarte
Nosotros nos gastamos para un fin de semana 20€ lo que nos daba vía libre para un fin de semana en Sagres, y para múltiples salidas de la autovía.
Alcanzamos territorio portugués y lo primero que nos saluda es el viento de cara que se convierte en lateral. Es impetuoso, molesto y nos acompañaría durante el resto del viaje. Incluso peligroso. 

La calzada es ahora de asfalto resbaladizo, la moto va tumbada en plena recta, sopla con fuerza de mar a tierra. Se hace especialmente preocupante al cruzar los puentes que flanquean los numerosos valles del camino.
Mi novia, siempre atenta, me avisa de forma sutil, apretando las piernas con fuerza para que yo lo sienta. Luchar contra el viento es como luchar para no ahogarse, te pone en tensión, te agota, y sobretodo no te deja distraerte ni un segundo. Avanzamos por la A22 con una voracidad de kilómetros indómita, aun así debo decir que pagar 20€ por el uso de esta autovía es un atraco, ya que la carretera tiene mantenimiento cero, baches y más baches, un montón de parches de asfalto, líneas borradas, etc. Al menos, se puede decir que las Zonas de Descanso rivalizan y creo superan en calidad a las españolas. Hacemos dos paradas, ambas para descansar y comer un poco, no tenemos prisa. El viento es un enemigo implacable y la lucha contra él se torna titánica por momentos. Así que, no esta demás un poco de relajación para hacerse unas fotos como las que podéis ver, reírnos un poco y comentar como está desarrollándose el viaje para ambos. A ella se la ve con mucha ilusión y eso me da la confirmación de que ha sido todo un acierto hacer esta aventura.
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Retomamos el rumbo hasta la localidad de Lagos, por supuesto el viento nos acompaña. Pero no se “sienta” detrás de nosotros ni siquiera delante. Parece que le gusta ponerse en mi lado derecho y se divierte cabriteando de un lado para otro buscando mi desequilibrio. Por momentos, al volverse este más fuerte, noto que mi novia esta un poco nerviosa, aunque todo vuelve a la tranquilidad cuando le toco la pierna. Una forma velada de decirle, que todo esta bien y que guardo el control de la moto. Es increíble el grado de conexión que se logra con un leve contacto físico. Un poco más adelante, la autovía de dudosa calidad, por la que antes me quejaba, se acaba y se torna en carretera secundaria.

La N125 nace en Lagos y nos conducirá hasta Sagres en un interminable pasillo lleno de pueblos, obras y glorietas en donde hay que estar muy atento, al menos el viento, antes amenazante, deja de influir sobre nosotros.
La moto, vuelve a su verticalidad y podemos relajarnos y observar aunque sea de pasada las poblaciones portuguesas por donde pasamos. Lo cierto es que Portugal para mí siempre ha tenido un encanto especial, ese vecino desconocido que tenemos al lado no se diferencia tanto de nosotros, y eso se deja sentir también en este viaje. Si en anteriores, pudimos disfrutar de un Portugal verde y natural, parecido a Asturias y al norte de España, aquí el paisaje es más monótono y sin llegar a ser como Almería, tengo que reconocer que guarda muchas similitudes con Andalucía, ambiente seco y caluroso, con vegetación esporádica, y unas costas bañadas por las aguas turquesas y transparentes del Océano Atlántico, que nada tienen que envidiar a las nuestras del sur de España, como después descubriremos.

Por fin, llegamos a Sagres, cuna portuguesa del surf, y no es para menos, parece como si estuviéramos en Tarifa. A nuestra llegada nos reciben una marea de escuelas de surf, kite-surf, windsurf, empresas que organizan excursiones para divisar cetáceo, ¡la locura! Con gran cansancio tras  300 kilómetros en los que el viento primero y las glorietas y obras después no han mermado nuestro espíritu, pero si nuestro físico. La llegada al hotel Atalaia fue más fácil de lo que esperaba, Sagres es una ciudad costera pequeña donde todo queda a mano. A nuestra llegada, para nuestra sorpresa, nos encontramos el hotel vacío. Según la reserva el check-in era a las 15:00 y llegamos una hora y media antes. Tras tan largo viaje, no contaba desde luego con este contratiempo, solo tenía ganas de descargar la moto, ducharme y descansar. Tras unos minutos de incertidumbre, preguntamos en un restaurante cercano. Nos sale al paso un hombre muy amable llamado Carlos, el cual nos dice en un correctísimo castellano que el Hotel todavía no esta abierto.

“¿Cómo es posible?”- Le pregunté yo.
Y él me responde: “Porque son las 14:00, en Portugal es una hora menos que en España”
“Tierra trágame” Pensé. Más rojo no me pude poner. 



Con las tres veces que he ido a Portugal, con lo elaborado de la preparación del viaje, en cuanto a equipaje, carta verde y demás gestiones, y se me olvida la más importante: Hay que retrasar el reloj una hora. Creyendo llegar justo a tiempo, nos hemos adelantado una hora a la apertura. Afortunadamente y haciendo gala de una hospitalidad y cordialidad poco común en estos tiempos que corren, Carlos nos abre el hotel y nos muestra nuestra habitación, es pintoresca como poco.
Mientras, mi novia M Carmen se pone cómoda, descargo la moto y la aparco en el parking del dueño del Hotel, anexo al mismo. No dudó, en absoluto, en retirar un poco su coche para dejarme sitio. Todo un detalle desde luego. Después nos dispusimos a descansar, sin duda nos lo habíamos ganado.

Tras el merecido descanso, por la tarde, nos disponemos a conocer un poco de esta ciudad cuna del famoso Infante Henrique, considerado un héroe en este país. Nuestro primer destino fue la playa de Mareta de las que os dejo unas fotos, desde luego una imagen vale más que mil palabras, y se quedan cortas para describir esta playa de arena fina y blanca con profusos barrancos y aguas cristalinas.

Tras esta y otras muchas más fotos, bajamos a la playa y disfrutamos de una agradable tarde en un mar tranquilo de agua templada y clara y con una tranquilidad impropia de otras ciudades costeras de nuestra geografía en esta época del año. Cogemos la moto, libre de cargas, y nos vamos a la Fortaleza de Sagres, la cual esta abierta hasta las 20:30 y casi nos quedamos sin verla, pero mereció la pena el apremio con tal de ver estas vistas y su famosa rosa de los vientos. Según nos contaron posteriormente, en sus comienzos fue una academia naval para los nuevos descubridores portugueses en sus innumerables viajes por el mundo.


























Al caer la tarde, vamos a tomarnos algo a este bar. No se lo que le echaron al mojito, pero ya no me acuerdo de nada más.
Bueno si, que el camarero con un look muy “cristiano” hacía unos bonitos trucos malabares antes de servirte una copa, 
igualito que Tom Cruise.


En este bar pasamos unas horas muy interesantes, charlando sobre los pormenores del viaje, y de todo lo que habíamos visto en Sagres. Lo más bonito para los dos fueron desde luego sus playas y la amabilidad de su gente. También hubo hueco para intercambiar impresiones del viaje en moto. Fue muy bonito y estimulante escuchar de alguien que viaja en moto por primera sus vez sus sensaciones a bordo de las dos ruedas. Por ejemplo, la sensación de que la moto se inclina mucho, como el viento mueve la moto, las incomodidades de rodillas y piernas, esa mezcla de emoción y riesgo, etc. Por unos momentos, vi esa pasión por la moto nacer en mi chica. Quisimos terminar la tarde en el Cabo de San Vicente, para disfrutar de una magnífica puesta del sol sobre el Océano Atlántico. Nos quedamos con las ganas, por culpa, por cuarta vez en nuestras “lusiadas” particulares, por el mal tiempo.

Queríamos terminar la noche en buen restaurante de la zona, con diseño y aire chillout muy surfero, pero como teníamos que esperar 30 minutos decidimos irnos a otro más humilde, con cierto encanto y decoración muy futbolera, sobretodo del Benfica y el Oporto, donde nos sirvieron una pizza deliciosa y un pan de ajo, muy raro… ¡verde! Desde luego, lo importante para mi nunca ha sido el sitio, sino la compañía.
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Día 2  Sagres-Albufeira-Faro-Palomares del Rio                                                   328kms












Último día de esta aventura, breve, pero intensa. Nos levantamos temprano y tras pagar el hotel, nos surge el primer síntoma de alarma. El indicador de aceite de la moto salta, con lo cual tenemos que reponerlo, pero no tenía a mano. Menos mal que, Carlos nuestro hospitalario amigo, nos indicó un sitio donde pudimos comprar y salvar el problema. De paso repostamos. Me habían dicho que las Yamaha Diversion eran “chuponas” de aceite pero que avisaban con mucho margen, aun así, no era cosa de arriesgar a 300 km de casa en país extranjero. Tras este contratiempo, nos dirigimos al cabo de San Vicente, punto más septentrional de Portugal, no para ver el amanecer, perdido el día anterior, sino para ver su magnífico faro, y sus acantilados. Allí pudimos descubrir a la naturaleza del mar en estado puro, con el insistente golpe de las olas. Eso unido al insondable paso del tiempo ha moldeado la costa portuguesa hasta convertirla en la maravilla que es hoy y que podéis apreciar en estas imágenes. Deciros que las fotos más atrevidas son obra de mi novia, que a pesar del fuerte viento se las ingenió para llegar a los más recónditos lugares de la zona. A mí me da un poco de respeto la altura, que no miedo, que conste.























































Preciosas verdad, como habéis podido apreciar, soy prudente en cuanto a las alturas se refiere. Para los más inconscientes debo decir que en los riscos aledaños al cabo de San Vicente hay una perturbadora placa en memoria de un joven turista alemán de 28 años llamado Sven Greeff, fallecido ahí en el 2001. Sus padres, y el pueblo de Sagres pusieron una placa en su memoria, avisando a los visitantes de la peligrosidad de los acantilados que rodean la península del Cabo San Vicente. Cuando lo vi, me quede un tanto sorprendido, y me ha dejado bastante pensativo estos días.
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Tras esta imagen, un tanto escalofriante, fuimos testigos en una fortaleza en ruinas cerca del faro de como, un chico de unos 25 años, se enfundaba su traje de buceo y con tranquilidad pasmosa se pone a descender el barranco a pie, poco a poco, hasta llegar al agua. Tenía el pelo rubio, la tez blanca y ojos azules, muy portugués no parecía la verdad. Pero lo impresionante fue ver la facilidad absoluta y prestancia en sus movimientos al descender por el barranco. No es que estuviera haciendo un descenso alpino, pero viéndole cualquiera diría que era fácil hacer lo que el hacía, y para nada amigos. Fue un bonito contraste entre un desgraciado suceso y una bonita afición llevada a su máxima expresión de belleza. Sirvan estas líneas como sentido homenaje a Sven. Descanse en paz.

Tras esto, cojo mi moto, y compruebo que vuelve el molesto viento, por desgracia. Pero sin dudarlo, ponemos rumbo a la última vista que queremos tener de Sagres.

Que mejor vista entonces que la playa de Beliche. A ella llegamos con el tiempo un poco apremiándonos, pero no es óbice para hacer estas fotos de esta playa que me encandilo en la distancia desde la Fortaleza de esta ciudad. Con ese peñón en medio que me recuerda al que sale en la película de los Goonies nos despedimos de esta insigne y bella ciudad con la promesa de volver a sentir el viento en nuestras caras, la calidez de su gente, la belleza de su orografía y por qué no decirlo, con un atardecer o amanecer que permita ser contemplado.









Tras un paso casi testimonial por esta playa, por desgracia, sin baño incluido, repostamos en una gasolinera cercana 
a la ciudad. ¡Dios mio! Ya me lo advirtieron pero no me lo creía hasta que lo vi 1,689 €/l de gasolina. Cuando se ponga 
a ese precio en España, no se lo que vamos a hacer, ¿ir a trabajar en bici? Después del obligado repostaje, nos ponemos 
en camino, mis sentimientos son de lástima por abandonar un sitio tan bonito, los de mi novia, intuyo que también, aunque 
no me lo quisiera reconocer en ese momento. Como teníamos tiempo de sobra y no quisimos que Sagres monopolizará 
nuestro viaje, decidimos ir a comer en alguna localidad interesante del trayecto y ver algo de las ciudades que delimitan 
la costa portuguesa del Algarve. Como este pensamiento común surgió en ese mismo instante, improvisamos sobre la 
marcha las paradas de la vuelta. La primera nos llevo hasta la localidad de la Albufeira.

Una de las desventajas que tiene la moto es que siempre tienes que estar pendiente de ella, y máxime, cuando llevas 
alforjas de tela como las mías, lo que te condiciona donde dejarla. Eso te hace, en muchas ocasiones, dar mil vueltas en 
busca del sitio óptimo. Tanto es así que hasta nos metimos en unas callejuelas empedradas, estrechísimas y con escaleras. 
Todavía no se como la sacamos de allí. La ventaja, es que con la moto puedes llegar casi hasta cualquier sitio, y si no me 
creéis, observad estas fotos, tomadas desde un mirador bastante recóndito al que sólo se puede acceder a pie, nosotros le
echamos un poco de cara, buscamos sombra y nos deleitamos con unos humildes sándwiches, mientras teníamos unas 
inmejorables vistas de la Playa de los Pescadores, con ¡ascensor incluido! Lo que sin duda contribuyó a elevar la calidad 
del momento viendo como los bañistas se deleitaban con sus veleros, deportes acuáticos, motos de agua, etc.

Tras reponer fuerzas, retomamos nuestro viaje, con cierta pena, por las cosas que de seguro nos hemos perdido, pero con 
alegría también por las experiencias, que aunque breves, hemos ganado. A pesar de no haberlo nombrado, por lo menos 
en este viaje de vuelta, el viento también nos acompaña. No tan fiero, eso si, como el día anterior, de vez en cuando me 
da un susto poniendo a prueba mis reflejos y aplomo al manillar. Quizá con la seguridad que da el haber pasado antes 
esta situación parece que reacciono mejor a sus envites. 

Continuamos durante 46 kms más hasta la ciudad de Faro, capital del Algarve. En su  estación de trenes podemosdisfrutar
disfrutar de un café, que pide mi novia y un zumo de naranja que pido yo. Por supuesto, siempre empeñado en que 
mi chica se integre en la idiosincrasia idiomática del país que visitamos le pido que diga en portugués “Café sólo 
expresso” que se dice: “Bica” , pero no hay manera, M Carmen saca su orgullo patrio en cualquier tiempo y lugar y lo 
dice en castellano, allá por donde hemos ido, siempre nos hemos reído mucho con esta anécdota un tanto absurda pero 
que nos ha servido para romper la tensión del viaje o para sentirnos un poco más en casa. Desde luego, es increíble lo 
barato que esta el zumo de naranja natural aquí, me sigue sorprendiendo que no supere el 1,5€, ni Zapatero lo habrá 
tomado más barato, no digamos ya el café portugués muy aromático, por cierto, según mi novia. A parte de comentar los 
precios de Portugal, en algunos casos más baratos que en España, a pesar de su subida del IVA, también hablamos de que
 nos había parecido el viaje que nos había gustado y que no. A mi novia desde luego le molestó mucho el 
condicionamiento de la moto, el tener que estar cerca de ella en todo momento y toda la logística que hay que preparar. A
mi, en cambio, me dio lástima no disponer de más tiempo para admirar las maravillas del Algarve. Ambos, sin embargo, 
coincidimos en señalar la fuerza del viento como lo peor y la amabilidad de las gentes de Portugal lo mejor, a parte de 
que con la moto puedes acceder a sitios realmente mágicos que no aparecen en las guías oficiales, pero igualmente bellos.
Curiosamente, como le confesé a mi novia, este viaje fue muy poco planeado por mi parte. Sólo sabía que quería llegar a 
Sagres, el modo: en moto, y lo demás han sido añadidos que entre los dos hemos decidido y que ha dado al viaje un plus 
especial, espero que repetible. Eso precisamente, creo que fue lo mejor de lo mejor, esa leve sensación de aventura, de no
saber lo que va a pasar, el hambre de los dos por descubrirlo, a cada cartel, a cada kilometro, las ganas de continuar más 
allá del cansancio o las inclemencias climáticas, la recompensa del objetivo conseguido, en fin, todas estas fueron 
sensaciones y experiencias nuevas que ambos descubrimos y que son, desde luego con lo que nos quedamos.

Al margen de estas reflexiones, pensé que al cruzar la frontera portuguesa dirección a España deberíamos añadir una hora más a nuestros relojes, de modo que temiendo que se nos hiciera tarde, dimos una vuelta de reconocimiento por Faro, al igual que hicimos en Albufeira. En ella pudimos observar un poco de su centro histórico, el embarcadero de sus marismas, lástima no tener tiempo para hacer una excursión por ellas, y aun teniéndolo, ¿Dónde dejamos las cosas? Y su puerto deportivo. En fin, que mala suerte, o mejor dicho que buena, porque cuando nos marchábamos de Faro vimos este cartel y pensamos hacernos una foto juntos, la verdad es que un bello colofón a esta aventura que espero hayáis disfrutado. 

El viaje de regreso a Palomares del Río, fue fugaz como una estrella en una medianoche despejada, casi sin darnos cuenta cruzamos la frontera y empezamos a ver carteles en nuestra lengua. Ya estábamos en España. No recuerdo ni cuando llegamos al destino. Seguramente tuvo algo que ver en esa fugacidad, que desde Faro hasta Palomares no paramos, haciendo unos 199 kms del tirón, sin paradas de ninguna clase. Todo un record para mí, y desde luego para ella. No es que tuviéramos prisa, ni mucho menos, a pesar del adelantamiento de la hora. Inexplicablemente seguí, esperando algún toque de mi novia, porque se sintiera incómoda o con ganas de parar. Sin embargo, no se produjo tal aviso, de tal forma que como me sentía con ganas continué, hasta la entrada a Sevilla donde encontramos algo de atasco, que nos sirvió para rebajar la velocidad y la tensión del castigo al que nos había sometido el viento durante este viaje. En esos momentos apareció el calor asfixiante sevillano para darnos la bienvenida, y hacernos sudar la gota gorda. Finalmente, llegamos a casa, descargamos, y me doy una vuelta para repostar la moto, ya que llegó seca, cambiándonos a continuación de ropa. Indescriptible esa sensación de alivio al quitártela, que ligereza. Durante estos días se conformo como una segunda piel. Se terminó la aventura, pienso. “¡Al fin!” – Suspiró mi novia – “Pero, repetiremos” añadió a continuación, esa frase significó para mi todo un premio. Había cumplido mi objetivo: Pasármelo bien con ella, descubrir Portugal de una forma diferente, y compartir una afición que espero sirva para unirnos más.



Todos los caminos que emprendas en la vida podrán ser duros o suaves, largos o cortos, pero todos, todos, tienen algo en común. Que todos empiezan por un primer paso. Ha sido un placer compartir con vosotros este mi primer paso, quien sabe si hacia metas más lejanas, de momento, espero haberos transmitido algo de ese sentimiento y gusto por la moto al contaros nuestras experiencias, y quien sabe, si inspiraros a que viváis los mismo.